domingo, 26 de julio de 2015

Un diez

Yo estaba levantándome temprano en un día miércoles de vacaciones. Ya saben, de esos días en los que la cama esta mil veces más cómoda y el desgasto de saber que tienes que ir al colegio no existe. Sí, en ese tiempo iba al colegio.

El día pintaba un sol ardiente de verano y los pájaros que vivían en los árboles cantaban con alegría. Yo sabía que al levantarme el día había comenzado de maravilla. Digo, ¿Cuántas personas se levantan a duchar luego de un sueño tan profundo? Yo creo que muy pocas.

Bueno, llegó el almuerzo y almorcé con mis padres. Me dijeron que específicamente ese día me veía muy bien. De buena gana, de buen rostro y además estaba combinando mi ropa (como nunca). Comimos el postre y hasta incluso tome té con mi padre. Yo le conversaba de las mujeres en su primera cita con un hombre y él me hablaba de la economía. Eran dos conversaciones que los dos sabíamos mantener, quizás sea algo hereditario, pero podemos llevar dos conversaciones dentro de una sin ningún problema.

Luego del postre mi papá me llevó a un lugar bonito de Copiapó. A la calle Juan Martínez con Av. Matta (La alameda de Copiapó). Junto con sus colores de las baldosas, mosaicos, pájaros cantando y niños jugando con sus familias, el paisaje era fantástico, todo pintaba de color alegría abundante, lo gris no existía y las ganas de vivir en Copiapó ocurrían en cada ser.

Como me habían llevado en auto, me ahorré el tiempo y caminé hacia La Pradera de Copiapó. La pradera es un sector de varias casas y gente muy agradable. Siempre se ve a pequeños jugar y abuelos comprando pan. Algún viejo cigarrero por una esquina y una que otra pareja besuqueándose por el asfalto.

Yo me dirigía a un lugar que quedaba a una cuadra de mi amor. Si. Ese día iba a conocer a la mujer que roba mis sueños. La mujer dueña de mis labios y la que logra desatar mi silencio de amor profundo. Yo estaba enamorado del paisaje y del día. Todo iba marchando a la perfección. Absolutamente nada podía haber cambiado ese momento.

Ese momento en el que yo estaba tirado en el pasto mirando el cielo y pensándote. Cuando de repente apareces tú, con tu sonrisa y vestido de flores. Apareciste con esa sonrisa que me cautiva y me relaja. Apareciste y me diste un beso en la mejilla junto a tu tez de piel tan suave. Me miraste con tus ojos pardos llenos de misterios y anhelos. Había un infinito entre nuestra mirada, debo admitirlo, pero nuestros labios no querían distancia, querían cercanía.

Habían tantas cicatrices dentro de mí que quería sacar. Tantas heridas por botar y cuántas memorias que olvidar. Había un tornado en mi mente cada vez que te acercabas a mí. Sobre todo cuando me permitías abrazarte, porque me decías que te gustaba y me hablabas de que te gustaba vivir feliz junto a alguien. 

Recuerdo que nos preguntábamos por qué no nos habíamos conocido antes. Mi intención de esa pregunta tenía que ver con un pasado de tonos negros. Además de eso, te preguntaba porque no podía creer que existías y te podía ver de tan cerca. Eras la mujer de mis sueños y toda mi vida. La mujer que logró colocar el mundo pies hacia arriba en el que estaba. La mujer que de nunca haberla besado, nunca habría sido tan feliz. La mujer, la única mujer que en vez de reírse de mí cuando decía algo que pasaba por mi mente, no se reía, sino que me miraba con atención y liberaba una sonrisa cada vez que terminaba una frase.

La única mujer que logró romper un sello con un beso. La única mujer que logró despertar mis sentimientos con un beso. La única mujer a la que he amado de verdad, le había dado un beso. Y así comenzó una relación que tiene muchas historias, pero les prometo que son las mejores historias de amor. Por lejos, las historias más bonitas de amor.

Te amo, no lo olvides.

-Verse

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