jueves, 6 de julio de 2017

Huele a Canadá

Ese puto síndrome. Ese síndrome de nervios y mente en blanco que da cuando sientes que debes ayudar en algo. Sientes que necesitas un boleto y un equipaje instantáneo para llegar al lugar en donde podría estar. En donde la familia necesita que la distancia se aparte un poco. Que nos dejen tranquilos y nos dejen estar unidos.


Eran las 10 de la mañana. Yo ya había desayunado, me había afeitado y además tenía las cosas listas para enfrentar una disertación muy importante en la carrera que estoy estudiando. Lo tenía todo planeado y todo lo tenía que superar. Ya no había vuelta atrás, así que no quedaba más que dar cara. Minutos después de las 10, me llama mi viejo.
-¿Aló? -contesto.

-Hola hijo. ¿Cómo estás? -me pregunta con un tono extraño.
-Bien, estoy arreglando mis cosas para salir a una disertación importante. ¿Y tú, cómo estás? -respondo con prisa.
-No muy bien hijo. Han llegado malas noticias -me dice sollozando.
-¿Qué pasó? -pregunto.
-Tu tía...
Y mis oídos no lo pudieron retener completamente. Sólo recuerdo que escuché que había sido ayer lo que sucedió. Mi papá, que es un hombre bastante maduro para estos problemas, me dijo que mantuviera la calma y que para esto había que estar preparados. Le colgué y deslicé el teléfono lentamente hacia mi bolsillo derecho. Estaba lloviendo. Hacía más frío que la chucha. Ahora más que nunca.

No arreglé nada más. Simplemente tomé mis cosas y me marché de la casa. Lamentablemente mi hermano no estaba ahí. Si él hubiese estado allí, lo más probable es que la historia podría haber sido distinta.

Llego al pasillo del piso 14 y toco el botón del ascensor para que se dirija hacia mi piso. Oh, menuda sorpresa, había uno disponible en el instante que toqué el botón. Subí al ascensor. Éste ascensor se compone de baldosas grises en el suelo. Espejos por todos lados y un sector de metal cercano a la puerta que contiene el panel de los pisos. Toqué el 1.

Ahí estaba yo, nuevamente en ese ascensor. El reflejo mío se sumó al sentimiento de ser una persona inútil. Desgraciadamente distanciado de mi familia que estaba pasando por un nuevo duelo. Un nudo me revuelve la garganta. No lo puedo evitar, golpeé el espejo con fuerza gritando ¡POR QUÉ! 

Pensé en reanimarme escuchando música, la que siempre alimenta el alma, la que a veces llena mucho más que la comida. Hasta que suena The price we pay de la banda A day to remember.

Yo lo sabía. El día no podía empezar peor. Comenzó a llover mientras el nudo se desataba con mi llanto. La puta distancia nuevamente me estaba jugando una mala pasada. Siempre es la distancia la que llega a la puerta de mis problemas. La puta siempre tiene la llave. La puta entra sin permiso y nos destruye... Me destruye.

Me pasé todo el trayecto a mi universidad llorando. Las señoras me regalaban pañuelos y me preguntaban si estaba bien o si necesitaba algo. Yo sólo respondía "No gracias, no se preocupe, voy a estar mejor".


Querida tía:

Ese mismo día me enteré de que pasé un ramo muy difícil. Quizás uno de los ramos más coladores de mi carrera. Además, tenía una presentación muy importante. Tuve que disfrazarme de empresario para disertar, y ¿Sabe qué? Diserté lo mejor que pude, en honor a usted. En honor a nuestra familia, que, siempre que nos vemos las caras, es como si nada hubiese pasado y como si nos viésemos siempre, como cuando fui a cenar a su casa una vez, en donde estaba mi primo Ruben, el tío Ruben y usted. La lloré mucho tía, siempre la he extrañado. Es cierto lo que dije. Vivir allá en Canadá sería lo mejor que me podría pasar en la vida. Estar con la familia más linda que tenemos. Con esa alegría distinta a todas las alegrías posibles.


Mis compañeros me felicitaron, me dijeron que lo hice demasiado bien y que, a pesar de todo lo que me sucedía, lo logré. Y fue así tía, lo logré, porque usted me dio la fuerza para no rendirme y demostrar que lo podemos todo a pesar de tener al mundo encima. A pesar de que se nos cae la vida y tenemos que seguir mirando hacia el frente, no matter what happens.

Ese día llovió. Había un aroma similar al que hay en Montreal cuando nieva. Un aroma a aire limpio y frío. Exactamente el mismo que me recuerda a la ciudad en donde vivía usted. Y aquí estoy nuevamente tía, dándolo todo, siempre dándolo todo para seguir adelante a pesar de lo peor que nos puede pasar.


Todo, tía. Todo lo que hice ese día fue en honor a usted. Gracias por haber sido la inspiración. Gracias por haberme invitado nuevamente a su casa allá en el Norte. Gracias por todos los buenos momentos que tuvimos. La voy a extrañar demasiado.

Que en paz descanses, Tía Sara.


A mi tía-abuela Sara Castro. Una de las mujeres más valientes que conozco.
Un abrazo a la tierra por usted.

-Malescritos