viernes, 17 de marzo de 2017

Villa Primavera

Desde que era adolescente me gustaba ir a la casa de las personas. Usualmente los y las invitaba a mi casa, porque siempre había algo rico para comer o simplemente había una conversa agradable entre viejos y jóvenes. Pero siempre me gustó más salir de mi casa. Conocer más, ver nuevos paisajes, escribir en mi mente lo que podía ver, etc...

Me gusta llegar a la Villa Primavera caminando. Es un lugar tan lleno de ese aire a personas que saben que la pega es durante la semana y el fin de semana es completamente familiar. Básicamente, los fines de semana hay mucha jarana por esos lugares. Yo disfruto caminar de Recoleta para allá. Mientras camino y puedo ver a los perros vagos que me acompañan moviendo la cola, además disfruto del paisaje que hay hacia ese cerro que lo curza la autopista nororiente. No me sé el nombre, pero es el paisaje que más disfruto ver mientras camino por aquí en Santiago.

Mientras voy llegando a su casa, puedo oler ese aroma a familia y jarana, como mencioné. Ese olor a asado que me cautiva tanto, los boleros, el rock and roll, los viejos con guata pelá' al aire, las vecinas y los vecinos saludando con una sonrisa que llena el alma, gente de aquí pa' allá, el viento, todo... Todo eso me hace pensar que estoy en casa. Me siento como si estuviese con la gente que no le importa si el vecino llega sin llamar a la puerta. Llegan así nada más y no hay problema. Es más, la sonrisa y la sorpresa es el factor que mantiene viva a la gente.

Voy llegando al pasaje de mi amor. Al entrar a la casa de ella, siento ese agradable aroma a comida, ajo bien picado y alguna proteína cocinándose. Me saluda mi suegro. Casi siempre sentado pero siempre será un buen cuenta-historias. Un viejo que se ha esforzado tanto. Es de esos viejos que al conocerlo se le nota explosivamente el amor a su familia, a pesar de su silencio. Cada vez que nos pillamos solos, hablamos de algo: de la familia, de las prioridades de vida, de su amor por la música y las historias de cuando era joven. Un viejo sabio, por cierto.

Muchas veces pillo a mi suegra cocinando. Fíjense que no es tan vieja para su edad. Tiene un alma muy joven. Llena de vida, con ganas de criar, de alimentar, ganas de vivir, de fumar, ganas de hablar de la familia y de su trabajo. Les puedo asegurar que es una de las personas que cocina tan, pero tan bien, que logró hacer que me gustara el ají. Yo era re maricón pal' ají y ahora le echo a todo. Ese principio familiar que tienen sus hijos, es gracias a ella. Siempre buena pa' la talla, nos reímos mucho juntos, sobre todo con mi polola, que obviamente se caga de risa con nosotros.

Están mis dos cuñados, usualmente más mi cuñado que mi cuñada, porque él vive con ellos y la Kari vive en otra casa. Como antes, con el paso del tiempo he aprendido a conocerlos y mirarlos con mucho más cariño que de un principio. Las conversaciones ya son más fluidas, los intereses en común son muchos, los carretes nos han llevado a conocernos más, qué se yo... Ellos son los hermanos de mi amor. Me he encariñado con ellos y es un cariño muy sano. Los estimo mucho.

Estaba el Aquiles, están los gatos, "la niña", los primos, la tía Susana y el tío Mauricio, los vecinos y las vecinas. Y ese entorno me ha saludado. Me han recibido como nunca antes me habían recibido. Me siento como en casa... Siento que no me voy a arrepentir de lo que ya he formado. No quiero alejarme de tan sana convivencia. Ellos, sabiendo o no sabiéndolo, viven en el socialismo. La puerta no se toca, la ayuda se ofrece siempre y la sonrisa también.

Es Recoleta. Donde la modestia existe y el bajo perfil no se ve ni se saca en cara. Donde al altanero y al arribista se le hacen mofas. Donde el trabajador no está dormido.

Y... por sobre todo, allá voy, porque allá vive mi amor. La negra más hermosa del mundo.

No sé cómo agradecer... Siempre voy a pensar que les debo la vida entera. Gracias, suegros míos.


Con mucho cariño para Óscar, Marlene, Kari, Cholo y Constanza.

-Malescritos

No hay comentarios:

Publicar un comentario