Tenía 15. Era viernes y por todos los rincones de mi cuerpo llamaba la música. Todo me resultaba, raro no era porque estaba acostumbrado al "éxito" como pendejo. Sin parar de conocer. Suelo darme gustos para escuchar discos completos de música. Usualmente caminar o andar en bici cataliza mucho el gusto. Pero desde pendejo caminé mucho.
Encontré el disco Nosecuenta de Mantoi. Por cierto, una joya del rap chileno. Le mentí en la cara a mi madre y a mi padre, inventé un carrete cerca de mi casa e hice como que me preparaba para salir a webear. Hasta me duché, pero lo tomé como un buen ritual. Salí, me encremé, me perfumé, agarré los cigarros, las llaves, el fuego y salí a caminar.
No fui a ningún carrete. Llevé los audífonos y puse en el sony walkman el disco.
El piano. Placilla Morales. Las luces amarillas. Crucé hacia leonidas pérez por el callejón, por las casas que no tienen vereda. El bendito pimiento que había tenía teñido el pavimento. Doblé por Leonidas. Suena soñámbulo. Imploto en lo que es el gusto. Qué manera de cuestionar la vida y su esencia. El rol que yo cumplía como pendejo. Se me pasó cuando sonó desencadénate. "¡Noventa y dos ahí, haciéndola, una vez más!".
Luego me cuestionaba sobre una relación que pudo haber sido bonita. Recuerdo comentarle al García mis anhelos por volver a un atardecer donde el sol se baña en el mar de Coquimbo. Me reía y me daba pena. No paraba de pensar en cómo era que la vida me llevó al básquetbol. Cómo aprendí a tocar guitarra. Por qué no me habían metido en otro colegio. Creo que el respeto siempre se inclinó por la confianza en la experiencia. Me preguntaba si ella estaba bien. Pasé cerca de su villa. Pero ya estaba llegando al casino.
Me las daba de agrandado caminando frente al regimiento. Harta gente camina por ahí, a cualquier hora. Qué entretenida era la vida cuando llegaba el puto fin de semana. Veía a los chichitas pidiéndome garros. Yo les daba mis Lucky. Me agradecían y yo continuaba. En el Schneider habían sus cabros patinando. Conocí solo a uno así que senté el culo en el pasto a ver como reventaban el bowl. Copayapu estaba lleno de autos, los churros y la 12 más llena que la chucha. Estaba ni ahí con devolverme en micro, pero caché que el disco terminaba.
De vuelta suena disculpa y al escuchar que lo mejor los errores de uno es la alegría que provocan en los demás, entiendo cómo fue que me sentí cuando me hicieron bullying. Hoy uno de de todos esos conchas de su madre toca acordeón. Y es papá. Creo que sólo por ser padre no le he sacado nada en cara y he visto que la vida lo azota por ser artista. En el fondo un grande, por seguir adelante por su hija, pero por mi parte de cuando era pendejo, un conchadesumadre en todo su esplendor. La definición de un maricón.
El piano del final de la canción me trae buenos recuerdos. Una correlación extrañamente inversa entre los tonos de la canción y los buenos recuerdos que me trae. De vuelta las avenidas ya estaban bañadas de luz amarilla, cálida como Atacama. Me quedaba cualquier cigarro. Pero no quería llegar pasao' a pucho. Caché la hora y pensé en que sería muy pronto. Ningún carrete termina tan pronto. Pero a la velocidad que iba, nada me pararía de llegar a la casa.
Pasó la 1 milagrosamente después de las 22:30, pasó cagando hacia Paipote. Del casino se veían huevones jóvenes bajándose del Tucson, hablando fuerte y "a fondo perro". Yo encendía el undécimo cigarro. El disco estaba excelente para la noche. De esa noche en que puedes tener el poleron sin cagarte de calor al caminar. Caminar infinito y sin sudar. Aprecié dónde viví. En el desierto, cuando en la tele mostraban que Santiago se marchaba por la educación. Conocía a Portavoz, pero no pensé dar con el paradero de este disco. Le digo así, porque volvería a tomar esa micro ahí mismo. Le comenté del disco a un gran amigo. Me dijo que el disco le causó lo mismo, un sinfín de sensaciones perfectas, ininterrumpidas y fluidas. Me devolvía por el bandejón de Los Carrera. Ya llegando a placilla, encontraba la San Guillermo abierta. Me compré un par de alkas pal' tufo y continué. Qué bonito. Me sentía muy vivo y viviendo una parte del gusto de la música que marcaría para siempre un antes y un después.
Lo encontré, pensé. El gusto que nunca ha abandonado mis estados anímicos ni los paisajes que recreo en todos mis vistazos. Cuánta música, cuánto gusto y cuánta dedicación para comunicar. Sé que son honestos los pensamientos y estoy seguro que esto surgió y hoy es algo gigante.
Gracias a ti por acompañarme y nunca dejarme. Y a tantos más.
Llegué a la casa. Me hice el huevón, me fui a la cama al toque.
Nos volveremos a ver en paz.
J